Desde tiempos remotos, el Ser Humano ha tenido una profunda conexión con la Madre Naturaleza y ha encontrado en ella todo lo que le ha sido necesario para sobrevivir hasta el día de hoy, día en el que tristemente, parece que esa conexión con La Divina Madre, se está perdiendo a un ritmo vertiginoso, tan veloz como la vida en las ciudades, tan rápido como algunos de nuestros “avances” tecnológicos están destruyendo nuestra propio hogar y el de las nuevas generaciones, el planeta Tierra.
No hace mucho tiempo, antes de que el Ser Humano se aglomerase a vivir en las capitales, cuando se trabajaba a mano la tierra y no existía la televisión o el ordenador en casa, la mayoría de las personas no tenían acceso al conocimiento tal y como lo tenemos hoy . La, por aquel entonces, medicina moderna no estaba al alcance de todos, pero si existían alivios para muchos de los problemas que nos afligían, y éstos tenían siempre un origen natural (plantas, barro, baños de agua y/o de sol, ayunos, minerales e incluso la propia orina).
La mayoría de las veces, estos remedios, habían llegado a nuestros abuelos a través de la sabiduría popular, del boca a boca o a través del tiempo. Posiblemente, algunos tenían un origen prehistórico, es decir, anterior incluso al conocimiento del lenguaje escrito, cuando el Humano vivía totalmente en armonía con su entorno que era la Naturaleza. En este período de la Humanidad se tenía una visión muy Espiritual de la salud y la enfermedad, no existían los médicos pero había alguien que se ocupaba de la salud de la comunidad, era el curandero, y su conocimiento era considerado Sagrado.
La imagen del curandero estaba totalmente ligada al Gran Espíritu, que todo lo dominaba, él era un nexo, un puente entre el mundo físico y el mundo espiritual, él recibía Saber y Gracia Divina y la ponía al servicio de su pueblo. Como no se tenían conocimientos en química, medicina, etc. se tenía una visión diferente de la salud, por lo que el curandero utilizaba su “magia” tratando de curar el afligido espíritu del enfermo/a. Es posible que además de los remedios suministrados, la sugestión que se ejercía en el enfermo fuese tan fuerte que aceleraba el proceso de curación.
Afortunadamente, no toda esa Sabiduría natural se ha perdido y de hecho, en los últimos años, también estamos siendo testigos de un movimiento de resurgimiento en las terapias naturales. Cada vez es menos raro escuchar testimonios de personas que salieron de una enfermedad gravísima, curándose a través de la fe en la salud, o a veces recurrimos a la famosa botica de la abuela, que toda la vida funcionó. Pues bien, en este caso, el remedio del que voy a hablar aquí, lo aprendí a través de mi abuelo y él a su vez, lo aprendió de un veterinario.
Mi abuelo Manuel de la Torre Aguilera, es más conocido en Begíjar con el apodo de “Picahígos”, es un hombre muy sociable y dicharachero y a sus 84 años de edad, sorprende la agilidad mental que le caracteriza. Desde la juventud, su vida ha girado en torno al ganado ya que siendo un adolescente se ocuparía de cuidar las bestias que sustentaban la vida familiar en Sierra Morena. Con el tiempo, volcaría sus preferencias profesionales hacia un lado más comercial, casi siempre dentro del mundo ganadero ya que también trabajó como arriero y como regovero, vendiendo y tratando en los cortijos que se encontraban en el término de Torrequebradilla o Torralba, entre otros.
Cuando cuenta historias de su juventud, describe las situaciones con todo lujo de detalles, él dice que iba a vender a los cortijos con una borriquilla, un kilo de arroz, un kilo de garbanzos, habichuelas, bacalao y una arroba de vino tinto. Entre risas, se regodea al contar la historia del señor “fulanico” en aquel cortijo, que le fió unas gallinas después de un aperitivo con mucho vino y en el que los dos terminaron un poco achispados...Mi abuelo se llevó las gallinas y las ató en un junqueral, después volvió al cortijo con una sola ave y le dijo al señor que se le habían escapado, todas menos esa, a lo que el señor, todavía un poco ebrio, le respondió que no se preocupase, que ya volverían el día siguiente. A Manuel no le vieron más el pelo por ese cortijo.
Cuando era pequeño, recuerdo que mi abuelo Manuel nos llevaba a todos los niños de la familia al campo a buscar las plantas que necesitaba para hacer su “mejunje pa las piernas”, que según él, alivia los dolores del reúma y la artrosis, enfermedades que sufre desde hace años. Era necesario un poco de Zábila y Romero de la “Minilla” y unas ramas de Ciprés del cementerio, ingredientes que después herviría juntos por una media hora y una vez colado y enfriado el líquido resultante, lo aplicaba con masajes sobre las zonas afectadas.
Hace unos meses estuve visitándolo y un día le pregunté por los ingredientes que utilizaba en aquel mejunje. Aprovechando la ocasión, me pidió que los recolectara y lo hiciera para él, lo cual fue un placer, porque hice feliz a mi abuelo ese día y porque siento una gran fascinación por la medicina natural. Curiosamente, todas las plantas que he nombrado, tienen propiedades relacionadas con los problemas que afligen a mi abuelo, así por ejemplo el Romero (Rosmarinus officinalis) está indicado para tratar los dolores musculares, el Ciprés (Cupressus sempervirens) ayuda a mejorar la circulación de las piernas, y la Zábila ( Agave americana) evita la retención de agua en los tejidos musculares e hidrata la piel.
Como ya he resumido antes, la receta es bien simple, y no tiene ningún efecto secundario. Basta hervir unos 250 gramos de cada uno de los ingredientes en un litro y medio de agua por media hora o cuarenta minutos y dejar enfriar, después colar la mezcla e utilizar el líquido restante para masajear donde sea necesario. Es un ungüento totalmente natural e inofensivo, es compatible con cualquier otro medicamento y según mi abuelo funciona!!
Si se padece de reúma, artritis o dolor de huesos y se dispone de los ingredientes, puede ser una buena idea probar, y contarnos si de verdad funciona esta friega.
Por:
Manuel Molina de la Torre
Mysore, India. Octubre 2010